Rodolfo Miguel, el Rey Vallenato de Consuelo Araujonoguera

 

Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv

El 29 de septiembre no es un día cualquiera para Rodolfo Miguel Molina Meza, Rey Juvenil del Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2007. Es el día de su cumpleaños, pero también coincide con la fecha del fallecimiento de su abuela Consuelo Araujonoguera, hecho sucedido en el año 2001. Para él es un día alegre y triste a la vez, pero más melancólico para el acordeonero que le cumplió a ella el deseo de ser Rey de algo.

Precisamente, su abuela Consuelo en una entrevista había señalado. “Quisiera que uno de mis nietos se corone Rey Vallenato de algo, como acordeonero, cajero o guacharaquero, ya que mis hijos no me dieron la dicha de serlo. Ese día mis huesos estarán felices donde quiera que se encuentren”. El dos de mayo de 2007 Rodolfo Miguel, logró esa hazaña y por eso fue al Cementerio Central de Valledupar a ofrecerle el título.

Allí le tocó y le cantó la canción de la autoría de ‘La Cacica’, ‘Mañana me voy pal’ Valle’. Durante varios minutos acordeón y voz se compaginaron para dar testimonio de que en el vallenato a las penas se le cantan y las tristezas suenan en el pentagrama del sentimiento.

En esa canción ella dejó constancia de su amor por la tierra que la vió nacer el jueves primero de agosto de 1940, y donde quiso morir. “Mi Valle lindo donde mis hijos me van a enterrar”.

La Consuelo de siempre

Consuelo Araujonoguera fue una auténtica defensora de la pureza raizal del vallenato, dejando la constancia escrita. “El vallenato de verdad no se hace, no se fabrica, no se diseña. Simplemente nace. Nace después de que lo engendra el sentimiento y lo pare la inspiración. Los otros son vallenatos de probeta, de laboratorio. Las buenas canciones se quedan en la memoria, su melodía se tararea en las calles y se saborea como las frutas maduras. En el verdadero vallenato la poesía fluye serena, con palabras sonoras que no rompen la melodía. Una buena canción nos hace sentir el mismo estremecimiento que aprieta las tripas y eriza los pelos”.

El epitafio

Cinco años antes de su muerte Consuelo escribió su propio epitafio. Todo pasó la mañana del viernes cinco de abril de 1996, cuando de su puño y letra escribió en un papelito la célebre frase en medio de una entrevista. El papelito que le entregó a quien escribe, decía. “Aquí yace Consuelo Araujonoguera, de pie, como vivió su vida”.

En la lápida de la bóveda número 52 del Cementerio Central de Valledupar se esculpió esa frase que tarde o temprano, como son los designios de la vida, tenía que suceder. O como la misma Consuelo Araujonoguera lo escribiera en su columna ‘Carta Vallenata’ de El Espectador.

“Pienso, por ejemplo, que yo también, un día cualquiera sólo lo sabe el Todopoderoso que es el dador de la vida y él único que sabe cuándo decide quitarla, me voy a morir tal como se muere y se va a seguir muriendo todo el que existe y tiene vida en el mundo; pienso que nadie, ni yo ni ningún otro, se va a quedar para semilla, ni para reconstruir solo el mundo que estamos acabando los mismos hombres para los cuales Dios los creó. Y sí de escoger se trata, prefiero morir con la boca abierta a tener que vivir con los labios cerrados”.

De igual manera, Consuelo Araujonoguera, el sábado 20 de junio de 1992 leyó un escrito en la tarima ‘Francisco el Hombre’, de la Plaza Alfonso López, nueve días después del asesinato del cantante Rafael Orozco, luego de cumplirse por las calles de Valledupar la marcha del silencio convocada por la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata.

“Señor, haz a nuestra música un instrumento de paz que donde quiera que haya odio la inspiración de nuestros poetas siga llevando amor; que donde quiera que haya injuria la música de nuestros acordeones siga llevando perdón; que donde quiera que haya sombra la poesía de nuestros juglares lleve la luz; que donde quiera que haya dudas en torno a la existencia del hombre sobre la tierra, los cantos vallenatos hagan una reafirmación de fe; que donde quiera que haya tristeza, luto y lágrimas vuelvan los sonidos de nuestras guacharacas y tambores a llevar la alegría; que donde quiera que la desesperación ensombrezca el alma de los hombres, vuelvan las notas melodiosas de los poetas del vallenato a llevar la paz”.

Y finalizó diciendo. “Haznos Señor, permite Señor, ayúdanos Señor, a que nuestros músicos sigan consolando a los tristes. A que nuestra música siga llevando comprensión y perdón donde quiera haya dolor y tristeza para que el sacrificio de nuestros cantantes, compositores, juglares y de todos los colombianos no sea en vano, sino que germine en semilla óptima en frutos y racimos que sean la cosecha para las generaciones futuras de la paz de Cristo, y en el amor de todos los colombianos. Amén”.

La novia del Valle

Entre reconocimientos, versos y canciones exaltando su trabajo folclórico-cultural han pasado 23 años de su partida de la tierra. Tantas añoranzas juntas que serían largo enumerar y que están resumidas en la canción ‘La novia del valle’ del compositor Wiston Muegues Baquero.

“Los vallenatos quedamos en mora de hacerle un homenaje a la señora que fuera en vida ‘La novia del Valle’; lleva en el alma este folclor tan bello, lo recibió cuando era pequeño, le dió su vida hasta volverlo grande. Y ella con su estirpe vallenata luchó siempre por su raza contra el tiempo y su premura”.

El tiempo pasa, pero su recuerdo vive prendido en sus incontables obras y amor al folclor vallenato. Ella todos los días visita un lugar de nuestras memorias, siendo una página bonita de la historia, donde el olvido no existe porque sus huellas nunca se han borrado.