Política y autocensura periodística 

 

 

Por OSCAR MARTÍNEZ ORTIZ

Dos periodistas conversaban, uno de nombre José y el otro Jesús. ¿Por qué no me publicaste la columna que te envié? Le pregunta Jesús a José, a lo cual respondió José: “porque más que una opinión tu artículo me pareció una publicidad”.

Jesús se quedó callado y pensando en las razones que tuvo José para darle esa respuesta así de manera tan fría y un poco descortés. Sintió que esas cortas palabras de José borraron de un tajo ese cúmulo de consideraciones, cariño, aprecio, hermandad y respeto mutuo que siempre ha caracterizado esa amistad entre los dos.

En tiempos anteriores José siempre se extendía en elogios sobre el profesionalismo y capacidad conceptual de Jesús, además de destacar sus cualidades humanas y sus virtudes personales. Había admiración y respeto mutuo.

Tal vez por eso, Jesús nunca se imaginó que algún día en su vida iba a recibir de parte de José un cuestionamiento tan mordaz, un golpe tan certero y directo a su sensibilidad profesional. Jesús se sintió extraño, experimentó una mezcla de sentimientos encontrados: tristeza, melancolía, rabia, confusión, pero en medio de su desconcierto lo único que si le quedaba claro era que su alma estaba adolorida.

Lo que aparentemente parecía una respuesta simple y sin mayor calado, emitida por José, se tornaba algo muy complejo y de hondo significado para Jesús. Hasta ese momento José representaba para Jesús la reserva moral y ética del periodismo de su región, tanto que después de haberlo oído hablarle de esa manera, y de tratar de sobreponerse a ese choque emocional, por su mente le pasó la angustiosa pregunta que solían hacerse los auxiliados por el particular héroe Chapulín Colorado.

En cierta manera resultaba comprensible la actitud de Jesús en razón a que su colega, amigo, compadre y hermano del alma José, además de sus grandes cualidades como persona, es un reconocido investigador, docente y gran pensador, defensor de la ética, los principios y valores morales. ¿Será cierto que la sal también se corrompe? Desconcertado se preguntaba Jesús.

El silencio se apoderó de Jesús por un largo rato, su mente comenzó a elucubrar. Conjeturas iban y venían, aparecían conclusiones de distinta índole. En su cerebro comenzó a desencadenarse un análisis sobre la verdadera esencia del periodismo, sus alcances y sus limitaciones. Pero más que eso sobre las frustraciones y vicisitudes económicas que día a día debe enfrentar un periodista para satisfacer las necesidades básicas de su familia.

¡Claro!  exclamó en voz alta Jesús, pero, luego entró nuevamente en su silencio y estado meditabundo. Jesús se puso en los zapatos de José y comenzó a comprender muchas cosas. Le volvió el alma al cuerpo porque entendió que su entrañable amigo y colega no estaba reaccionando contra él en forma específica, estaba era exteriorizando su inconformidad y su impotencia frente al sistema imperante. Hasta sintió compasión por él y tuvo un ligero impulso de acercársele, darle un abrazo y decirle: te entiendo amigo mío, estoy dispuesto a llorar contigo tus penas.

Pensó Jesús: “Claro está, está muy claro, un hombre tan valioso, toda una vida dedicada a hacer de ésta una sociedad mejor, un periodista ejemplo de rectitud y de qué le ha servido, a estas alturas su noble misión no ha sido recompensada y las pocas oportunidades que tiene en la actualidad se las debe más a favores políticos que al justo merecimiento profesional”

Fue entonces cuando Jesús se acordó que el contenido de su columna no era del agrado de los jefes de esos sectores políticos que hoy tienen el poder y que de manera indirecta son los que permiten que su amigo José pueda satisfacer sus necesidades más importantes.

Luego de esto, Jesús entró nuevamente en una gran tristeza y profunda depresión, lloró en silencio al reconocer que, al igual que su amigo José, la mayoría de sus colegas valiosos y talentosos de su región viven bajo la autocensura como único mecanismo para poder subsistir, prueba de ello es que su columna sólo la publicaron tres medios de comunicación, los demás no se atrevieron. De todas maneras, “…la puerta de la salvación está abierta para todos los hombres”: Juan Calvino.