Por Yanitza Fontalvo Díaz
Las tiendas de los barrios son los clubes locales, en especial en los años 90, cuando no habían llegado los supermercados, se reunían las amas de casa que con la excusa hacer las compras del desayuno, almuerzo y cena, se enteraban de los últimos acontecimientos del sector, mientras que los señores con cerveza, aguardiente y ron, alzaban el codo hasta sacarlos borrachos y dormidos cuando no los despertaba una pelea.
El barrio 12 de Octubre no era la excepción, alrededor de la Plaza y el colegio Rafael Valle Meza, existieron los dueños de estos negocios que todos conocían y hoy forman parte de la historia de este populoso sector.
‘Carmito’, ‘Bere’, ‘Marciano’ el del almacén Avenida, la ‘señora Stella’ de la Droguería Victoria y por supuesto Justo Molina, propietario de la tienda ‘Granero Imperial’, que nadie sabía cómo se llamaba porque la señal era, ‘la tienda de Justo’.
Este fin de semana con motivo de las fiestas del barrio el 12 de Octubre la Junta de Acción Comunal, le hizo un merecido homenaje con varios ciudadanos entregándoles nota de estilo por su aporte al sector, pero resaltamos a Justo Molina un emblemático personaje del barrio.
Justo Rafael Molina Vides fundó la tienda después de salir de su pueblo natal la Jagua de Ibirico para huir de la pobreza y darle un futuro a su hogar recién constituido con Mery Sierra, una joven cuyos padres pudientes no eran tan gustosos de esa unión, pero con su trabajo, Justo les demostró lo contrario y salió adelante.
Hoy Mery es una mujer de Dios, una matrona que imparte principios y se dedica a la crianza de la bella Mery Edith su nieta (Hija de Damerys que falleció a muy temprana edad).
Mientras buscaban un heredero varón tuvieron seis hijas, Dairy, Deisy, Danys, Delys, Damerys que ya partió a la eternidad y Dianys la menor, hoy casadas, profesionales y con hijos; desde niñas, le ayudaron a levantar el negocio, y en un principio su hermano ‘Lilo’ que era como e hijo para ellos.
Justo sostuvo la tienda durante más de 30 años, cuando los años le cobraron factura y ya cansado decidió arrendar la esquina para una tienda que aprovechó la importante imagen que Justo dejó.
Hoy a sus 79 años, se siente satisfecho de su buena labor, un hombre de respeto y reconocido por sus allegados, que muchas veces tendió la mano al acreditar a sus amigos, muchos le pagaron bien, otros no, pero su legado más grande, es que su nombre siempre quedará grabado en la memoria del 12 de Octubre, el barrio que lo acogió como uno de sus hijos ilustres.