La Fealdad
Por Isaias Celedon Cotes
“No solo las plumas bonitas hacen bello a un pájaro.”Esopo
La fealdad, en todas sus formas, es la piedra de toque de la belleza. Es el escalón que nos permite ascender a la admiración, el contrapunto que da sentido al asombro. Si todo fuera hermoso, la belleza sería invisible, pues no habría nada con qué compararla.
En la naturaleza, la fealdad y la belleza coexisten en un equilibrio perfecto. El mismo mar que deslumbra con su azul sereno también es capaz de desatar tormentas aterradoras. La oruga, en su apariencia tosca, encierra el milagro de la mariposa. La roca áspera y sin forma esconde en su interior la gema preciosa que solo el tiempo y la presión revelan.
En la vida ocurre lo mismo. Las pruebas, los fracasos y las adversidades que muchos consideran la fealdad de la existencia son, en realidad, los cinceles con los que se esculpe el carácter, la paciencia y la resiliencia. Sin ellos, no habría superación. Sin derrotas, no habría triunfos. Sin lágrimas, la risa carecería de profundidad.
Dios, al permitir la fealdad, nos da la oportunidad de desarrollar una mirada más profunda, de aprender a ver con los ojos del alma. Nos reta a encontrar la belleza oculta en los lugares más inesperados: en la arruga que cuenta una historia, en la cicatriz que habla de una batalla superada, en la voz ronca de la experiencia.
La verdadera sabiduría está en aceptar que la fealdad no es un error, sino una necesidad. Es parte del diseño divino, del gran contraste que hace que la vida tenga sentido. Porque si todo fuera luz, quedaríamos cegados. Y si todo fuera sombra, nos perderíamos en la oscuridad. Solo cuando ambas fuerzas se encuentran en su justa medida, el mundo adquiere su verdadera armonía.