Máryuriz Rodríguez, a la caza de utopías

Víctima de desplazamiento y por la desaparición de su esposo, desde hace 15 años trabaja en la organización Familiares Colombia Línea Fundadora para encontrar personas desaparecidas por causa del conflicto armado en el Magdalena.

Por Erick González G.

“Cuando se necesitan a los ‘paracos’, ahí sí los ‘paracos’ no están”, fue la frase que Máryuriz Rodríguez Caballero no tenía en el menú de respuestas que su angustia esperaba cuando fue a buscar a su esposo, Jaime Segundo Franco, al almacén de compraventas La Platina donde trabajaba, en el sur de Santa Marta, el 31 de enero de 2003, muy cerca a lo que ahora es el Centro Regional de Atención a Víctimas.

Eran casi las seis de la tarde y su compañero le había sido infiel a su costumbre de marcar tarjeta a mediodía en su casa, hora de almorzar luego del turno nocturno que iniciaba a las cinco. Aunque no parezca hay compraventas que tienen más actividad en la noche que en el día, tal vez porque las necesidades o las urgencias tienen el mal hábito de presentarse con la luna.

Máryuriz había llamado a las doce del día al trabajo; en ese momento el no, no sabemos dónde está, salió a un mandado, que a qué hora, ¡ah! a las diez y no ha vuelto, no alcanzó a alarmarla, al fin y al cabo uno al año no hace daño y solo habían pasado dos horas, pero ya no pudo abstraerse de esa misma respuesta a las cinco de la tarde.

“Cuando llegué vi que se había ido sin su bicicleta, sin el portacomidas y sin el bolso donde llevaba la ropa para cambiarse”, afirma Máryuriz. Una romería de inquietudes y las palabras de su esposo se agolparon en su mente cuando esa escena le hizo recordar que el lunes de esa semana habían asaltado la compraventa. “A las tres de la tarde robaron el negocio, y a esa hora mi esposo no estaba, pero él me decía que desde ese día comenzó a llegar gente extraña preguntando que quién era él, a lo que respondía que era un empleado”.

La frase sobre los ‘paracos’ que pronunció la hija del administrador y que también escucharon su suegra y el padrastro de Jaime, no solo agudizó su preocupación: “En esa época los paramilitares mandaban en algunos sectores de Santa Marta”; también avivó su sospecha, “en el informe a las autoridades por el robo, el administrador no lo relacionó como trabajador, cuando él comenzó a trabajar allí desde octubre, y por eso pusimos el denuncio, y cuando desapareció no dijeron que iba a entregar”.

Sus sospechas en los empleadores de su esposo las dejó en remojo hasta que asistió a las audiencias a los paramilitares nueve años después. “Dijeron que el robo lo hicieron paramilitares en compañía del administrador, y que a Jaime lo habían llevado a una casa del hermano del administrador en el sector de Gaira”. Eso anunciaba una cosa: “El mandado fue para desaparecerlo, para inculparlo del robo”.

Tristemente Jaime se convirtió en una de 50.048 víctimas directas de desaparición forzada en el país, en una de las 1.733 en el Magdalena y de las 567 en Santa Marta.

Como un alma en pena, Máryuriz exploró las playas, la ciénaga y la sierra, día y noche, en busca de su alma gemela en pena, pero nunca la encontró, ni siquiera con la retrospección que hicieron las autoridades a la casa que indicaban las confesiones. “No me avisaron que iban a hacer esa investigación, pero no se encontró nada y al administrador nunca lo encarcelaron”.

Máryuriz probó que ese tipo de investigaciones son un cementerio de intenciones. “En el 2010 vino una comisión desde Bogotá para averiguar los casos de desaparición, pero cada tres meses cambiaban al equipo, y el expediente de Jaime se perdió; tuve que poner una demanda para que apareciera”.

A principios del 2003, Máryuriz solo tenía un curso básico de modistería en su bolso, y armada de aguja e hilo debió salirle al corte a la vida, y lo primero era tratar de remendarla. Con un hijo de cinco años y una hija de dos se esforzó para acceder a cursos de Diseño y Patronaje, Confección de Ropa Exterior y Trazado y Corte en el SENA.

“Tuve que desamparar a mis hijos para rebuscarme la comida; yo les dejaba la plata de su comida y su merienda, pero no les ayudé a hacer tareas, eso lo hacían mi mamá y mi hermana. Estudiaba de seis de la mañana a cuatro y treinta de la tarde, y después trasnochaba arreglando ropa, para tenerla lista para el día siguiente cuando fueran a buscar las cosas”, afirma Máryuriz con una voz con cierto tufillo de culpa, pero especialmente envuelta por el temor de que algún día le reclamen, sin comprensión, por esa ausencia.

También en el 2003 se integró a la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), pero dos años después la abandonó junto con otros miembros para crear Familiares Colombia, que luego mutó en Familiares Colombia Línea Fundadora, una organización con sedes en Bogotá, Santa Marta, Víctoria y Dorada (Caldas), Puerto Salgar (Cundinamarca), Recetor y Chámeza (Casanare), que también se preocupa por buscar a seres queridos.

Su trabajo social y comunitario le ha permitido, desde el 2015, formar parte dos veces de la Mesa Distrital de Víctimas de Santa Marta, responsabilidad que un año después le acarreó un desplazamiento por amenazas hechas por paramilitares durante una actividad en el municipio de Guachaca (Magdalena). “Por un tiempo nos tuvimos que trasladar a otro barrio, donde una hermana”.

Fue indemnizada por el Estado por la desaparición de su esposo y ha sido invitada por la Unidad para las Víctimas a eventos de memoria relacionados con este hecho victimizante. En 15 años de búsquedas, cinco familias de Santa Marta ya han logrado la cristiana sepultura de sus familiares. Su hijo mayor es soldador industrial y su hija estudia administración de empresas en la Universidad del Magdalena, gracias al programa Generación E, una beca del Gobierno que apoya el acceso a la educación superior a población vulnerable.

Por el momento, Máryuriz tiene dos utopías: la indemnización por desplazamiento para poder arreglar su casa y encontrar los restos de su esposo. Tal vez la suerte y esa perseverancia del pirata por encontrar tesoros escondidos, transformen esos sueños en realidades.

(Fin/EGG/LMY)