Mariangola y otros pueblos que abrieron sus puertas a excombatientes

Los mariangoleros levantaron un centro comunitario de arte y pintaron varios murales de su pueblo.

 

Ramón Enrique Ahumada Fuentes, quien empuñó armas en las Autodefensas Unidas de Colombia, ya lleva más de 10 años de vuelta en la legalidad, pero le costó varios años que su propio pueblo lo acogiera de nuevo en su seno.

 

Este hombre de 33 años es nacido y criado en Mariangola, corregimiento de Valledupar, Cesar, que fue duramente azotado por el conflicto armado y vio partir a sus hijos hacia grupos ilegales. Al cabo de años de confrontaciones y la desmovilización de las estructuras ilegales de la región –como el caso del Bloque Norte de las Auc, grupo paramilitar al que perteneció Ramón–, volvieron a su pueblo en marzo del 2006, junto con él, otros 24 mariangoleros. 

La gente tuvo temor de recibirlos por el daño que habían causado. Era escéptica, hubo tensiones, incertidumbre. Se calcula que de ese pueblo, que hoy tiene 5.800 habitantes, salieron hace 20 años al menos unas 800 familias desplazadas por grupos armados.

“Al comienzo fue difícil; cuando volví después de pertenecer a un grupo ilegal, la gente sufría de mucho temor. Es complicado llegar a esta faceta, porque quieres cambiar. La gente tenía temor porque sabía lo que uno había hecho y cuál era su rol en la organización”, cuenta Ramón.

Pero de inmediato apunta: “Yo creo que Mariangola ya está mejor preparada”, y lo asegura frente al reto que significa la reincorporación para los excombatientes dentro del proceso de paz con las Farc.

Este pueblo es uno de los 18 que fueron preparados este año por la Agencia de Reincorporación y Normalización (ARN) para facilitar la aceptación de excombatientes que tras dejar las armas quieren volver a su terruño. 

Bajo un modelo de reincorporación comunitaria, implementado unas 154 veces en veredas y barrios en 26 departamentos desde el 2007, esa entidad llega con la misión de reconstruir en las comunidades el tejido social que rasgó la guerra. La idea es propiciar la reconciliación y disminuir los niveles de estigmatización de quienes están en procesos de reincorporación.

Según cifras de la ARN, 19.986 personas adelantan en el país ese proceso, y 13.192 de ellas son de las Farc.

Angélica Agámez, directora de la ARN, explica que esa intervención se hace necesaria porque en ese proceso no basta con satisfacer las necesidades básicas, la atención psicológica de quien dejó las armas y recuperar su identidad, “sino que se deben reconstruir lazos de confianza en el entorno familiar, comunitario, profesional o económico al que se llega”.

En el primer semestre, con esa filosofía fueron preparadas Briceño y Turbo (Antioquia), Bucaramanga (Santander), Caldono (Cauca), Cali (Valle), Granada (Meta), La Paz (Cesar), Tumaco (Nariño) y Riosucio (Caldas).

Y en el segundo semestre, al mismo tiempo que lo hizo Mariangola fueron preparados barrios y veredas de Villavicencio (Meta), Tierralta (Córdoba), Pueblo Rico (Risaralda), Barrancabermeja (Santander), Dabeiba (Antioquia), Planadas (Tolima), Florencia (Caquetá) y Bogotá, que es uno de los lugares a donde llegan más excombatientes. En el momento en la capital están en ese proceso 1.521 personas.

Muchos de estos lugares quedan cerca de un espacio de reincorporación de exguerrilleros de las Farc.

Esa estrategia está orientada a encontrar algo, un pretexto que una la comunidad. En el caso de Mariangola fue el arte. Después de recibir acompañamiento psicológico, charlas en prevención de reclutamiento o violencia de género, se dieron a la tarea de reconstruir un salón comunitario, al que le pusieron Palo de Guayabo, para que sea epicentro de creación del pueblo. Allí, víctimas y excombatientes, niños y jóvenes, participan en talleres de música vallenata, pintura o fotografía, y planean murales para ponerle color a su pueblo. Ya llevan cuatro.

“Si yo hubiera tenido estas oportunidades, estoy seguro (de) que no me voy pa’ ningún lado”, dice Ramón, quien a los 14 años se vio obligado a ingresar a las filas de las Auc.
“O era esperar a que mataran a mi papá por el rumor de que era de la guerrilla y esperar 15 años para que prosperara la reclamación de un dinero por su muerte, o ponerse las botas y ver cómo se solucionaba el cuento. A mí me tocó quedarme allá”.
Ahora, Ramón se dedica al cultivo de maíz y se alegra de poder hacerlo junto a su padre.

Ahora, ese proyecto de los mariangoleros, que durante seis meses también tuvo el acompañamiento de la Organización Internacional para las Migraciones, lo denominaron Estam-Paz, cuenta la líder comunitaria Yaneris García Acevedo, quien es la encargada de que esto continúe solo.

En las otras regiones, ese “algo” que los unió para propiciar la reconciliación va desde elaboración de artesanías, como en Barrancabermeja; proyectos audiovisuales, como en Dabeiba, hasta la construcción de casetas comunitarias como en Pueblo Rico.
JUAN CAMILO PEDRAZA Redacción Paz y Justicia Tomado de ElTiempo