La inspiración: ese soplo que no se deja atrapar

 

Por:Isaías Celedón Cotes

 

 

Hay algo indomable en la inspiración, como un viento que se cuela entre las rendijas del alma, sin aviso ni permiso. No se busca, se encuentra. O mejor dicho, ella nos encuentra a nosotros cuando menos lo esperamos: en el silencio de una madrugada, en el aroma del café, en una mirada que se nos queda suspendida en el pecho como una nota larga.

Los poetas la han llamado musa, los músicos, ritmo divino; los pintores, luz. Pero todos coinciden en que no es cosa de lógica, sino de misterio. La inspiración es ese relámpago que ilumina por un segundo el paisaje entero de lo que queremos decir, y luego desaparece. A veces, si uno tiene suerte, se queda lo suficiente como para dejar una huella, una palabra, una canción, un verso.

Muchos la esperan sentados. Otros salen a buscarla como si fuera una estrella fugaz a la que hay que perseguir sin descanso. Pero tal vez la inspiración no está en lo extraordinario, sino en lo cotidiano: en la voz de una abuela contando la misma historia por décima vez, en el vendedor de frutas que canta mientras muestra los mangos, en la niña que dibuja soles con crayolas en la pared de su casa.

Escribir, componer, crear… no es más que intentar capturar ese instante en el que la emoción se vuelve forma. Por eso los verdaderos artistas tienen los sentidos despiertos y el alma en carne viva. Porque saben que la inspiración es una visita breve, pero profunda. No se le exige nada. Se le escucha. Se le agradece.

Y cuando llega, hay que dejarlo todo. Porque la inspiración no avisa, pero transforma. Nos vuelve espejos, puentes, ríos. Nos hace hablar el idioma de lo eterno con las palabras de lo simple. Nos enseña que crear no es otra cosa que amar profundamente lo que aún no existe.