Que la IA nos quite los trabajos, pero no nuestra identidad
La vida es lo que uno ve en el mundo real, en el ADN de nuestra gente, en sus expresiones, en sus cuentos. Ese es nuestro pasado y aún presente.
Escribo esta columna mientras escucho un vallenato en el restaurante La Martina en Valledupar –¡qué joyas culinarias las que hay en esta ciudad!–. Estoy aquí porque el viernes pasado moderé un panel sobre inteligencia artificial (IA) en el ecosistema jurídico del país, un asunto que está más desarrollado de lo que pensaba, pero al que aún le queda un largo trecho por recorrer.
“Prefiero ser juzgado por una IA antes que por un humano”, dijo uno de mis panelistas ante la mirada atónita de los aún más rígidos letrados que se encontraban en el auditorio Crispín Villazón. Como si no hubiera echado suficiente sal en la herida, agregó: “La IA nos va a reemplazar a todos nosotros”. Silencio absoluto en la sala.
La verdad es que no sé si la IA liquidará gran parte de nuestros trabajos, pero tengo la certeza de que nuestros hijos se perderán de la maravillosa magia y narrativa creativa colombiana por cuenta del cada vez más acelerado proceso de enajenación al que se están sometiendo por su creciente e incontrolable adicción a los contenidos tóxicos de las redes sociales.
Durante siglos, la humanidad formó sus valores, principios y progreso a través de las historias y vivencias de quienes nos precedieron. Gabo, quizás nuestro más genial compatriota, fue producto de ese inigualable arte trovador del Caribe. Y es justamente ese nido de riquezas creativas, culturales e históricas al que la IA y las redes sociales están llevando al cadalso.
No veo a nuestros hijos sentándose, por ejemplo, en las mecedoras de los patios de las casas de Valledupar a interesarse por las historias del tío Beltrán, aquel entrañable cascarrabias que le decía a su sobrina cuando esta estaba haciendo locha: “Muchacha, ¿y tú qué estás haciendo? Levántate que cada que te veo te veo más caderona”.
Tampoco preguntarán por aquel cesarense de La Junta que viajó 15 días a Tuluá y nunca más volvió a hablar con acento costeño. “Mirá, ¿tú cuántos hijos es que tenés, Anacelina?”-. Ante la incredulidad de amigos y familiares, la esposa les decía resignada: “-Él quedó hablando así”.
Nuestros hijos se perderán de la maravillosa magia y narrativa creativa colombiana por cuenta del acelerado proceso de enajenación al que se están sometiendo por su creciente adicción a los contenidos tóxicos de las redes sociales
Mucho menos recordarán a esa niña que un día se les plantó a sus desjuiciados papás y les dijo: “Bueno, bueno, se me toman las pastillas que yo no voy a ‘está’ limpiando culos de viejos decrépitos”-. Entrarán a los restaurantes pegados de sus pantallas y no se percatarán de la nueva moda de los meseros de llamarle a todo el mundo dama o caballero. “¿Qué bebida quiere la dama? ¿Y el caballero?”.
Díganme nostálgico, arcaico, dinosaurio o hasta huevón, pero para mí la vida es lo que uno ve en el mundo real, en el ADN de nuestra gente, en sus expresiones, en sus cuentos. Ese es nuestro pasado y aún presente. No digo futuro porque este lo están reemplazando unas pantallas en las que estamos consumiendo de forma creciente, todos, basura proveniente de influenciadores superfluos e inservibles mentalmente.
Supongo que estoy destinado a terminar como el tío Beltrán, amargado y rabietas, pero, al contrario de él, nadie contará mi vida ni mis historias, porque serán las tendencias efímeras de X y de TikTok las que rijan el mundo mientras la IA realiza el trabajo que antes hacíamos los humanos, quienes, como dicen en el Cesar, “ya no darán chicle”.
Volviendo a la invasión de la IA en el campo jurídico, las palabras de mi panelista fueron controvertidas por sus pares en el panel. “-Quienes se quedarán sin trabajo serán aquellos abogados que no complementen sus estudios con elementos de IA y datos”, dijo la jurídica de Legis, momentos antes de mostrar a SilvIA, su asistente de IA, que enamoró a todos los asistentes, hombres y mujeres por igual. No sé si por lo inteligente o porque era idéntica a Alessandra Ambrosio.
¿Y qué pienso yo? ¿Acabará la IA con los abogados? “No sé, Ernesto. No sé. No hablemos de eso”.
DIEGO SANTOS
Analista digital
En X: @DiegoASantos

