“Hijas del Río y la Palabra: Un Canto Eterno al Día del Escritor”

Por Yarime Lobo Baute

 

Las mujeres tejen. En el César, sus plumas son trazos y trazas, son hilos que bordan el alma de esta tierra a la que nuestros aborígenes llamaron Zazare, por el fluir de las aguas en forma calmada, constante por arriba y por abajo. Las mujeres no sólo escriben: alzan un canto que desafía el silencio, que guarda la memoria de un pueblo, que enciende faros en la penumbra. En Valledupar, en La Paz, en Codazzi, en San Diego, en El Copey, en Manaure, en Río de Oro y contando, donde la poesía resurge como raíz viva, estas mujeres forjan un legado que no se quiebra, un tapiz de palabras que late con la fuerza de esta comarca macondiana. El río Guatapurí, testigo silencioso, susurra historias que estas plumas transforman en versos eternos, mientras el acordeón vallenato acompaña cada relato con su melancólica armonía.

Mary Daza Orozco, farol de los caminos literarios, ilumina desde Villanueva, Manaure y Valledupar, su trilogía de amor y raíces. Con 18 novelas y un libro de cuentos, su pluma, fecundada en poesía, denuncia la violencia que hiere Colombia, como en ¡Los muertos no se cuentan así!, joya premiada de 1991 que aún resuena como un grito de justicia. Pedagoga, periodista, vencedora del Primer Concurso de Cuentos del César (1986), su legado es un río que no se seca, un tambor que guía a través de las sombras de la historia. Su obra, impregnada de la tierra que la vio nacer, es un faro que orienta a nuevas generaciones, un testimonio vivo de la resiliencia del pueblo cesarense.

Samira Hernández de Vence, desde Codazzi, tejió en “Lo que nunca supo Timotea” un mosaico de cuentos que saben a fogón encendido, a café compartido y a recuerdos de antaño. Su pluma, como un tambor vallenato, despierta la memoria colectiva, evocando las voces de las abuelas y los relatos transmitidos bajo el cielo estrellado. Su reconocimiento en el Festival Clemencia Tariffa resuena como un canto de honor, un eco que celebra la riqueza cultural de su tierra.

Nina Marín, espíritu libre, danza entre poesía, teatro y cine, llevando el César en cada guion, en cada escena que respira la esencia de esta región. Aurora Montes, savia del Encuentro Departamental de Escritores, riega esta tierra literaria con su dedicación y su amor por las letras.

Margladis Araújo, voz resiliente de San Diego, teje versos que honran su capital cultural, un lugar donde la poesía florece entre los campos y las tradiciones.
Tannia Durán Quintero y Luz Yaruro Alvernia, con “Relieve de Sombras”, alzan un esfuerzo titánico, desenterrando sombras con versos que brillan como luciérnagas en la noche, transformando el dolor en arte con una portada que grita resistencia.

Yanitza Fontalvo Díaz, amiga y eco de mi alma, florece con “En la mira del conflicto” y “Mary”, narrando historias reales con el corazón, su lucha quijotesca dignificando el periodismo regional. Jazmín Padilla, flor silvestre, siembra versos de tierra ardiente, mientras Ariadna Molina, con hilos de luz, teje narrativas al ritmo del Guatapurí, un río que fluye en cada línea. Hortencia Pertuz, voz de raíz profunda, canta la memoria con la sabiduría de quien ha vivido las historias que relata.

Ana Dionisia Mejía Dangond, alma de San Diego, entrelaza la enseñanza con los versos. Educadora infantil de corazón, su vida es un puente entre aulas y poesía, tejiendo rimas que nutren a los pequeños con la esencia del César. En la Feria del Libro de Valledupar (Felva), su voz se alzó como canto vivo, compartiendo poemas que reflejan las alegrías y desafíos de su tierra, un legado que educa y emociona a partes iguales.

Catalina Cabrales Durán, nacida en Río de Oro, con “Tras las huellas históricas y culturales del Cesar”, escrito junto a José Luis Urón Márquez, desentierra los ecos de esta tierra con la fuerza de un río indomable. Su pluma, forjada en la memoria de su municipio, teje un relato que honra las raíces del César, un farol que guía hacia el pasado para iluminar el presente con cada página que narra la historia viva de su gente.

Y entre estas voces, resuenan con fuerza reciente Martha Navarro y Tannia Durán Quintero, dos almas poéticas que han elevado el César a un altar de versos en esta tercera versión de la Feria del Libro de Valledupar (Felva) 2025, un festín cultural que celebra la memoria y la palabra como nunca antes. Martha, como una savia tipo faro de esos Encuentros Departamentales de Escritores, lleva en su pluma el peso de las luchas silenciosas, las lágrimas que brotan como ríos al declamar sus poemas en la Casa de la Cultura, donde el público, con el alma en vilo, la ovacionó durante el recital “La tierra que nos habita: memoria y poesía del Cesar”. Su voz, quebrada por la emoción, tejió un canto que honra a las mujeres del campo, a las madres que cargan el mundo en sus hombros, y su poema, un lamento vivo, se grabó en el aire como un tambor que no cesa. Este 2025, Felva, con su brillo renovado, ha sido un lienzo donde Martha pintó su resistencia, un espacio que la Alcaldía de Valledupar, junto al Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, ha tejido con amor para que la poesía no se apague, un farol que ilumina a la juventud y a los soñadores de esta tierra.

Tannia Durán Quintero, por su parte, es un huracán de versos que arrasa con lo viejo y siembra esperanza. Junto a Luz Yaruro Alvernia, su “Relieve de Sombras” es un grito que retumba en las colinas del César, un libro donde el amor y la ausencia se entrelazan como hilos de un telar ancestral. En Felva 2025, su voz se alzó en la plaza Alfonso López —aunque las lluvias la llevaron al refugio del auditorio—, y allí, con un lazo morado en el puño y otro con los colores de Palestina, denunció la violencia contra la mujer y la guerra que ensombrece el mundo. Su poesía, un espejo de realidades crudas, recibió aplausos que parecían truenos, un eco de la tierra que la vio nacer. Esta tercera edición de Felva, un esfuerzo titánico de el periodico El Pilón y sus aliados, ha sido un canto a la diversidad, un espacio donde Tannia y sus compañeras han tejido puentes entre el pasado y el futuro, entre el dolor y la redención, celebrando la palabra como arma de luz en un César que no se rinde.

Infaltable traer a la memoria este día la vida y obra de Silvia Betancourt Alliegro, conocida con el cariñoso apodo de “Yastao”, un alma poética que dejó huella imborrable en el César. Nacida en Cali, su destino la trajo a Valledupar en 1984 junto a su esposo, el maestro Germán Piedrahita Rojas, quien fuera en vida mi maestro en los senderos del arte, enseñándome a ver la belleza en cada punto, línea y plano, a escuchar la voz de la tierra en cada verso que se hacía pincelada o mosaico. Yastao, con su belleza interior y exterior, se enamoró de esta comarca, donde vio nacer y crecer a su hija Ángela. Su pluma, delicada y crítica, danzó en las páginas de El Pilón, en un espacio que llamó “Desde mi Cocina” donde sus columnas resonaban con la fuerza de quien ama profundamente. En ellas, cuestionaba con voz firme la mala gestión de las regalías en los municipios mineros, soñando con un César donde la educación, el saneamiento básico y la salud florecieran como flores en la Sierra Nevada. Su admiración por los cantos de Gustavo Gutiérrez, que enaltecen la dignidad de la mujer, se reflejaba en cada línea, un homenaje a las luchas silenciosas de su gente. Tras la partida de Germán en 2012, Yastao regresó a Medellín con el corazón roto, pero su legado perdura, un farol que ilumina desde las sombras donde la abrazó la muerte en 2016. Su voz, un susurro eterno en el viento vallenato, sigue tejiendo memorias para quienes la leímos con devoción.

Luisa Villa Meriño, nacida en el municipio de El Copey, danza entre la voz de los ancestros y la memoria de los tigres. Desde las tierras montañosas y de planicies fértiles de su lugar de origen, donde el río Ariguaní susurra entre pastizales, su pluma en “Tratado sobre las brujas” desentraña los saberes de las mujeres olvidadas, tejiendo un puente entre mitos y historia con la bravura de los felinos que habitan su alma. Su canto resuena con la fuerza de la tradición y la magia ancestral, un eco que trasciende las colinas de El Copey.

Clemencia Tariffa, mariposa de Codazzi, transformó el dolor en poesía sublime. Nacida en 1959, su vida fue un exilio interior moldeado por la enfermedad y la soledad, pero iluminado por versos como los de “El ojo de la noche” (1987) y “Cuartel” (2006). Autodidacta, forjó su arte en bibliotecas y con el grupo Poetas al Exilio, ganando el Premio Latinoamericano de Poesía Koeyú en 1994. Su canto, cargado de erotismo y melancolía, sigue latiendo desde las sombras donde falleció en 2009, un farol que guía a nuevas generaciones con su luz eterna.

Como decía Alonso Sánchez Baute, “el vallenato no es solo música, es la manera de contar nuestra vida”. Estas mujeres, con sus plumas, cuentan la vida del César, sus amores, sus luchas, sus sueños. Sus obras son cimientos de nuestra identidad, faros que iluminan el camino en las noches más oscuras. En el César, la pluma femenina es un río que no se seca, un tambor que no calla, un acordeón que resuena con la fuerza de la tierra. Que sus letras sigan cantando, porque en cada verso, en cada relato, late el corazón de esta comarca, un latido que trasciende el tiempo y se alza como homenaje eterno a la palabra viva.