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Redes sociales, adicción silenciosa y la erosión de la tolerancia a la frustración

 

 

Por:Isaías Celedón Cotes -Psicólogo-

 

«Es bajando al abismo como recuperamos los tesoros de la vida. Donde tropiezas, allí está tu tesoro.»
Joseph Campbell,

Vivimos en una era donde los «likes», los comentarios instantáneos y las notificaciones constantes moldean nuestras emociones, nuestros hábitos y, en muchos casos, nuestra identidad. Las redes sociales, en sus múltiples plataformas, han trascendido su función original de conectar personas para convertirse en escenarios de validación emocional, comparaciones sociales y estímulo inmediato. Esta transformación ha dado paso a una adicción psicológica que, aunque socialmente aceptada, es tan profunda como cualquier otra forma de dependencia.

Las redes sociales activan en el cerebro mecanismos similares a los que genera una droga: dopamina, la sustancia química asociada al placer y la recompensa. Cada «me gusta» se convierte en un pequeño golpe de validación que fortalece la necesidad de repetir la acción. Esta repetición constante, muchas veces inconsciente, genera un círculo de dependencia emocional: si la publicación no tiene la respuesta esperada, sobreviene la ansiedad, la inseguridad, incluso la tristeza. Así, la adicción se instaura de manera sutil, disfrazada de conectividad.

Esta adicción impacta directamente en una capacidad psicológica fundamental: la tolerancia a la frustración. En un mundo donde todo parece estar al alcance de un clic, donde la aprobación es casi instantánea, se pierde el arte de esperar, de lidiar con el «no», de convivir con el error o el fracaso. Las redes sociales, con su narrativa de éxito permanente, filtran la vida real, promoviendo una visión distorsionada del esfuerzo, la espera y el fracaso como parte del crecimiento personal.

Cuando una persona, especialmente un joven, se acostumbra a obtener estímulos inmediatos y gratificaciones rápidas, disminuye su umbral para soportar la frustración. Las dificultades reales, que exigen perseverancia y resistencia emocional, se perciben como insoportables o injustas. Esto puede desencadenar trastornos emocionales como ansiedad, depresión, irritabilidad o aislamiento, y una incapacidad para construir relaciones profundas, pues todo vínculo humano exige paciencia, tolerancia y tiempo.

Por tanto, más allá de limitar el tiempo en redes, es necesario fomentar espacios de reflexión sobre el uso consciente de estas plataformas. Urge enseñar a las nuevas generaciones —y reeducar a las anteriores— sobre la importancia de la espera, del fracaso como maestro, de la frustración como parte natural de la vida. Es imperativo recuperar la capacidad de vivir en presente, de construir vínculos genuinos, de validar nuestras emociones más allá de la pantalla.

En conclusión, la adicción a las redes sociales no es solo una cuestión de tiempo de uso, sino de salud mental, de autoconocimiento y de fortalecimiento de la tolerancia a la frustración. Solo cuando aprendamos a convivir con el silencio, con el no reconocimiento, con la espera y el error, podremos liberarnos del espejismo digital y reencontrarnos con una versión más auténtica de nosotros mismos.

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