Viviana Ramírez, una enfermera que relata su experiencia como paciente en UCI
– Esta es la historia de una enfermera de 44 años que, sin
comorbilidades de base, fue afectada por covid-19 y ocupó una de las
camas UCI del país.
A estas alturas, 15 meses después de
notificado el primer caso de covid-19 en Colombia, es poco probable que haya
aún hogares que no conozcan de alguna experiencia cercana, de un familiar,
un amigo, compañero de trabajo o allegado que haya sido parte de las cifras
que a diario se reportan desde el Ministerio de Salud y Protección Social y el
Instituto Nacional de Salud. Y, de ser de los pocos que aún no ha tenido cerca
el virus, por lo menos ha vivido los impactos de la pandemia en diferentes
niveles.
Este virus cada vez nos acecha más y no podemos bajar la guardia, es claro.
El país atraviesa el pico epidémico más fuerte desde el inicio de la pandemia
y aunque el Plan Nacional de Vacunación avanza a pasos agigantados, es
imprescindible que no nos confiemos y sigamos reforzando las medidas de
autocuidado para no caer en las duras garras de esta enfermedad. Un
compromiso por nosotros, por nuestras familias, por nuestro país.
Para Viviana Alexandra Ramírez, una enfermera de 44 años que, sin ninguna
comorbilidad o condición física asociada a un riesgo de cuadro grave, vio cómo
su vida pendió de un hilo y gracias al dedicado y arduo trabajo del personal
médico que la atendió puede contar esta experiencia luego de un resultado
positivo para SARS-CoV-2.
Viviana se desempeñaba como directora del Centro de Beneficio del Anciano
en el municipio de Facatativá, en el departamento de Cundinamarca. Ella
estaba encargada de gestionar procesos para el cuidado de ellos y, dentro de
otras labores, tenía en sus manos el apoyo espiritual de sus adultos mayores.
“Contábamos con la colaboración de un sacerdote que nos prestaba ese
servicio. En mi rol como directora de toda la logística tuve contacto con él. Una
semana después nos notificó que había resultado positivo para covid-19 y
aunque nos saludábamos de puñito y cada uno usaba su tapabocas, me
contagié”, cuenta
Al día siguiente de esta notificación Viviana empezó a sentirse indispuesta.
Pensaba que el frío imponente del municipio y su rinitis crónica, aparte de un
cuadro de estrés propio de su trabajo, le estaban jugando una mala pasada
junto a un resultado positivo.
Al pasar de los días sus síntomas empezaron a agudizarse y tomó la decisión
de ir al médico.
Su hija Kiara, de 27 años, con la que convive, también empezó a presentar
síntomas. Recibieron una visita domiciliaria cuyo diagnóstico fue lo que ya
habían sospechado. “Ahí mismo nos dijeron que necesitábamos atención
hospitalaria, puesto que la respiración nos estaba costando un esfuerzo
mayor”, recuerda Viviana.
Fue entonces cuando se dirigieron un centro médico. Su hija empezó a
desaturar, lo que significa que sus niveles de oxígeno en la sangre empezaban
a decrecer, mientras Viviana era llevada a practicarse varias pruebas, entre
ellas para confirmar si era covid-19 y estar al tanto de cuáles eran los pasos
por seguir.
EL resultado era positivo. Y no solo ella, su hija, su madre y su hermana,
también.
A Viviana le costaba cada vez más respirar. La tos empezó a acentuarse. Su
fiebre le producía una incomodidad fortísima y la incapacidad de poder respirar
bien la estaban derrotando paulatinamente… los peores pensamientos surgían
en este momento de duda e incertidumbre.
“Duré cuatro días en hospitalización. Pasé de cánula nasal a máscara de
reinhalación, después a una cánula de alto flujo y ninguna parecía hacerme
efecto”, dice.
En su condición de enfermera, Viviana ya sabía qué pasaría en caso de no
mejorar. Entre los diversos exámenes que le practicaron su diagnóstico era
uno solo: una neumonía severa producida por el covid-19.
“Pensaba en mi hija y no podía concebir la idea de que ella dijera “mi mamá
se murió por covid”. De alguna forma eso me llenó de energía y me dio aliento
para seguir luchando”, relata.
Kiara logró salir de hospitalización después de 7 días dado que su saturación
empezaba a mejorar y fue enviada a su casa con oxígeno. Ella, su tía Diana y
su abuela ‘Chava’ no encontraban razones para explicar por qué a Viviana le
había dado tan duro.
Después de tanta dificultad llegó el momento que más temía: el médico que
la atendía le dijo que tenían que intubarla.
Los primeros dos días, según le cuentan, estuvo boca abajo precisamente para
mejorar su respiración. Además, estuvo sedada 48 horas. Una vez despertó
se sintió en el peor sueño. Se demoró en poder reconocer lo que realmente le
sucedía y si bien su situación empezaba a mostrar mejoras, los médicos no
podían removerle el tubo que se encontraba en su sistema respiratorio.
Pasaron varios días mientras estos efectos se reducían y por fin Viviana
comprendió que la vida parecía darle una nueva oportunidad, así su pronóstico
fuera reservado. Pensaba en su hija, en su familia que no paraba de rezar y
orar para que ella saliera avante.
“El doctor me dijo que intentara respirar suavemente para quitarlo. Al hacerlo,
sentía como si me estuvieran aspirando el hígado, los pulmones e incluso el
estómago. Después de ocho días lo logré”, rememora Viviana.
Finalmente, logró cantar victoria. Salió de UCI, pero sabía que venía una etapa
de recuperación. Estuvo siete días más en el hospital mientras la estabilizaban.
Sus secuelas, que la siguen acompañando aún, son el recuerdo de ese capítulo
llamado covid-19.
Después de un mes y medio de que tuviera su alta, Viviana es muy optimista.
Ella sabe que en sus fuerzas ha radicado todo el poder que le ha concedido ver
la vida de otra manera. Da gracias a la calidad de profesionales que la
atendieron y a su familia. Un esfuerzo de todos que no debe mermarse, porque
seguimos en pandemia y el riesgo sigue presente.