Racismo en el siglo XXI

 

Por: Milagros Patron Noriega

Doctoranda en Ciencias de la Educación

Docente, Universidad del Magdalena

 

Racismo en el siglo XXI

 

Me motivé a escribir este artículo a propósito de la muerte de George Floyd por parte de un policía en Minneapolis (Minnesota), el pasado 25 de mayo y de Rayshard Brooks en circunstancias similares, el 12 de junio en Atlanta (Georgia), ciudades de los Estados Unidos de América.  Y es que hay un elemento en común en estas dos víctimas: ambas eran personas de raza afroamericana.

 

Acorde con declaraciones de la División de Prevención de Violencia de los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades), actualmente la violencia policial en los Estados Unidos se constituye en un serio problema de “salud pública, de democracia y de estratificación racial”.  Según la base de datos de la organización Mapping Police Violence, en lo corrido del año 2020 se han producido 576 muertes a consecuencia de incidentes que involucran la fuerza policial, de las cuales 126 han sido de raza negra, es decir el 21,8% de total de los decesos.  Desde el 2013 hasta la fecha el porcentaje es del 28%, una cifra que es considerada alta, considerando que las personas de raza afroamericana constituyen solo el 13% de la población en este país. “Una persona de raza negra tiene tres veces más probabilidades de ser vulnerado por la policía, que un blanco”, indica la fuente.

 

Estos sucesos han desatado una oleada de protesta en el país del norte con graves consecuencias de orden público como saqueos, incendios provocados y daños materiales en establecimientos y símbolos del Estado que se asocian con el racismo, hasta el punto de haber sido violentadas, e incluso derribadas en algunos estados, varias estatuas de personajes históricos, entre ellas la de Cristóbal Colón, considerado por los activistas como un símbolo de la conquista española, el esclavismo y el genocidio de sus antepasados.

 

La ideología del racismo se asocia con los orígenes de la esclavitud, cuya historia data de la antigüedad; se puede decir que en casi todas las culturas y continentes ha habido indicios y evidencias de formas de esclavitud y racismo.  Sin embargo en América se establece en el siglo XV, hace aproximadamente 500 años cuando a partir del descubrimiento de América se somete a la población indígena nativa y posteriormente se acentúa con la importación de esclavos desde África Subsahariana, para ser utilizados principalmente como mano de obra en trabajo forzado e inhumano.  Durante esta época, las personas de raza negra no eran sujetos de derecho, eran tratados como objetos y asimilados a animales. Los colonizadores españoles, franceses e ingleses, expandieron la esclavitud por toda América como medio de domino y explotación, y esta no sería abolida sino hasta el sigo XIX; en el caso de Estados Unidos tras cuatro años de Guerra Civil entre los estados del Norte (libres) y los del Sur (esclavistas), que culminó con la victoria de los primeros y la liberación de cuatro millones de esclavos a través de la decimotercera enmienda a la constitución en 1865.

 

Sin embargo, el legado histórico de resentimiento persiste y lo que antes era esclavitud, se ha convertido en segregación racial, es decir en la separación de espacios, leyes y accesos a servicios entre blancos y negros, y a pesar de la promulgación de la Ley de los Derechos Civiles en 1964 que prohibió esta forma de segregación, esta raza continúa hoy sufriendo los excesos y abusos por parte de una sociedad que aún los sigue discriminando.

 

Y es que la supremacía blanca no es un problema solo de Estados Unidos, es un fenómeno mundial que ha permanecido a través de siglos.  El hecho de que se haya erradicado la esclavitud y el racismo mediante las leyes, no quiere decir que no siga vigente en la mente y en las actuaciones de las personas, según lo explica la historiadora estadounidense Annette Gordon-Reed en entrevista a la BBC, “el esclavismo no es solo una forma de explotación laboral, es una forma de control social” y las disparidades se manifiestan de diversas formas.  La personas de raza negra siempre han tenido un menor acceso al sistema y a las instituciones, por ejemplo a la salud, educación, vivienda, trabajo, ingresos, participación en la democracia, entre otros aspectos sociales y económicos.  En los Estados Unidos por ejemplo, una familia de raza blanca devenga en promedio diez veces más ingresos que una familia de raza afro, según informe de la Reserva Federal de este país en 2016.

 

Lo anterior también se ha visto reflejado en la actual situación de pandemia en la que este grupo étnico ha sufrido el mayor impacto en los Estados Unidos.  Los afro están en situación de desventaja, por ello, han sido los más vulnerables frente a esta emergencia de salud pública.  En la ciudad de Chicago, por ejemplo, cuya población afro representa un 30%, el 72% del total de víctimas mortales por Covid-19 corresponde a este grupo racial, según informó Lori Lightfoot alcaldesa de Chicago, al New York Times.

 

Y cómo está este fenómeno en nuestro país?  a pesar de que la constitución de 1991 reconoce en su preámbulo el carácter pluriétnico y multicultural de la sociedad, los problemas que sufre la población afro en Colombia, que según el DANE (2018) representa el 9,34% de la población, se ven marcados aún por los vestigios de la esclavitud y la sociedad colonial: exclusión territorial, marginación social, económico y política.  Estudios adelantados por la Cepal en 2005 dejaron en evidencia la desigualdad social, la segregación racial y espacial en la región, y la falta de políticas públicas que tomen en cuenta a esta población y que conduzcan hacia un verdadero equilibrio económico, social y cultural.

 

La mayor parte de la población afro en Colombia se concentra en los departamentos del Valle del Cauca, Chocó, Bolívar, Antioquia y Nariño, y más allá de las cifras, esta población que sigue siendo tratada como una “minoría”, vive en situación de pobreza, y por diversos fenómenos como la violencia, han perdido sus territorios y sus recursos naturales, debiendo emigrar de manera forzada a centros urbanos, quedando expuestos aún más a la segregación espacial, social y a precariedades como el trabajo forzado y mal remunerado, y a las pocas posibilidades de acceso una educación basada en la diversidad y la multiculturalidad.

Es momento de hacer un profunda reflexión sobre este fenómeno que en pleno siglo XXI y después de más de seis siglos continua vigente y no ha podido ser erradicado completamente de la sociedad y de la mente humana, hasta el punto de cobrar víctimas mortales como si se tratara de una pandemia más.  Es tiempo de una verdadera integración social basada en el respeto a las etnias y a su identidad cultural.  Es necesario que a través políticas públicas y acciones efectivas se disminuya la brecha económica, social y cultural, no solo en el discurso, sino también en la práctica.