Por. Eduardo Santos Ortega Vergara
No sabemos si la adrenalina que invade sus cuerpos los lleva a ser casi suicidas y los invite a rayar en la irresponsabilidad. Son gloriosos llegando en sus bicicletas o corriendo para guindarse en la parte trasera de los carros. Sería muy bueno que estos muchachos pudieran canalizar toda esta energía y constancia en la gestión de formación, en procesos académicos. Tendríamos potenciales científicos y genios en un tiempo corto al servicio de la humanidad. Pero no, dedican está energía a cosas grises que no dejan nada bueno y no hay control de ninguna clase para estos muchachos.
Iniciamos esta nota señalando la actitud que un grupo de niños entre los ocho y quince años, en bicicleta y a pie asumen día a día; ellos deciden poner en riesgo su integridad física y de paso en situación incómoda y de peligro a los conductores de vehículos pesados que recorren diferentes sectores y avenidas de la ciudad. El objetivo de estos muchachos: los camiones y tractomulas, cama baja, grúas, volteos y vehículos de carga. El sitio: diferentes sectores de Valledupar, pero principalmente la avenida del obelisco a la Chicha Maya, del semáforo de la 23 con avenida los militares hasta la cancha garupal; de allí mismo por toda la carrera 23 pasando por el parque de la esperanza, subiendo en dirección sur norte hasta llegar a la intersección de la avenida sierra nevada en el edificio Palmeto. El horario: a toda hora, pero en mayor cantidad en horas pico al caer la tarde; los ve usted correteando y tomando posiciones, escondidos para que los conductores no los vean por los espejos retrovisores. Cuando los carros arrancan allí comienza la función. Parecen avispas atacando su presa. La gracia de ellos, a lo que le encuentran el sabor, el verdadero gusto es poder sujetarse de la defensa trasera de estos vehículos y a alta velocidad ir de tres y cuatro y haciendo el trencito; uno detrás de otro, atravesando la ciudad. Entre más peligrosa sea la acción mayor goodwill tienen entre sus pares y más respetados son. Tienen la gracia de las muchachitas, con ellos quieren estar todas; son los líderes «los chachos» de su grupo. El más arriesgado es la vedette, y todos quieren ser como él.
Mientras tanto los conductores que deben circular padeciendo y sufriendo de estas imprudencias lo único que hacen es encomendarse a Dios para que los proteja de todo peligro y no sufran luego retaliaciones producto de un accidente que no generan ellos precisamente. Porque lo más curioso es que de pasar algo, como en efecto ha sucedido, entonces si aparecen los familiares que antes brillaron por su ausencia, para linchar al indefenso chofer. Ahí sí, las autoridades «deben» hacer cumplir la ley y de salvarse de ser linchados por familiares y comunidad, les toca por norma, atender a la justicia por un pecado que no es suyo.
He presenciado muchas veces esta situación, que querido alertar a los conductores de estos vehículos, sopena de recibir la andanada de improperios por andar de «sapo», mientras tanto la ausencia de los padres, la policía y autoridades administrativas es notoria. No se ven actividades de control, ni procesos de formación que permitan una orientación adecuada a estos muchachos. Dios nos ampare y a estos niños les abra el entendimiento para que los persuada de estas imprudencias y malas acciones y de igual forma aleje a los conductores de este tipo de situaciones. Creo que la única salida, no se vislumbra otra, es orar para que Dios desaloje de estos cuerpos la perturbadora idea de seguir poniendo en riesgo su vida y la de los demás. Mete tu mano señor.
Sólo Eso.